Por EntreLineas Mx
En el Congreso mexicano ocurrió esta semana un espectáculo digno del mejor realismo mágico —o mejor dicho, del más rancio cinismo político—: Cuauhtémoc Blanco, exfutbolista convertido en político por obra y gracia de la popularidad, fue blindado por la Cámara de Diputados para no enfrentar una denuncia por intento de violación. Sí, en pleno 2025, y sí, con el respaldo de Morena, el PRI y el Verde. Porque cuando se trata de impunidad, los colores no importan: la clase política siempre juega en el mismo equipo.
La Sección Instructora, con argumentos más creativos que jurídicos, decidió que la solicitud de desafuero presentada por la Fiscalía de Morelos “carecía de técnica y profesionalismo”. Faltó decir que la carpeta de investigación venía escrita en crayones y con faltas de ortografía. Pero no importa: lo esencial era salvar al “cuauh”, ídolo del balón y hoy ídolo de la inmunidad legislativa.
Con 291 votos a favor de mantenerle el fuero, 158 en contra y 12 abstenciones, la mayoría oficialista y sus aliados dieron una lección magistral: cuando uno de los tuyos es acusado de intento de violación, se le abraza, se le protege y se le aplaude. ¿Víctima? ¿Debido proceso? ¿Derechos de las mujeres? Por favor, que no interrumpan con esos detalles mientras se cuida la imagen del movimiento.
Las 12 diputadas y diputados de Morena que se atrevieron a votar en contra fueron, por supuesto, ignorados por la dirigencia. Que nadie rompa la narrativa de unidad. Que nadie ose recordar que una media hermana del diputado denunció un hecho grave, supuestamente ocurrido cuando él aún era gobernador. Lo importante no es la verdad, sino la versión oficial: Cuauhtémoc está tranquilo y no tiene nada que temer. Y si él lo dice, que se calle la justicia.
Pero esta vez no fue tan sencillo. Porque esta decisión abrió una grieta profunda dentro de Morena, un partido que, a fuerza de controlar todo, comienza a controlarse cada vez menos. Legisladoras que históricamente han defendido los derechos de las mujeres alzaron la voz, incómodas por tener que cargar con la defensa de un personaje con denuncias de violencia sexual, solo porque conviene políticamente. No es cualquier rebelión: es el síntoma de una fractura ética que podría escalar justo en medio del proceso electoral.
La votación expuso lo que muchos ya sospechaban: que Morena no es un bloque monolítico, sino una mezcla heterogénea de intereses donde el pragmatismo empieza a chocar con los principios. ¿Hasta dónde llegará esta división? ¿Qué pasará cuando las bases comiencen a exigir coherencia en lugar de disciplina? Porque lo de Cuauhtémoc no es un caso aislado: es el reflejo de un sistema donde el fuero es sinónimo de impunidad, y la lealtad partidista vale más que la verdad o la justicia.
Mientras tanto, colectivos feministas salieron a las calles, quemaron camisetas, exigieron coherencia y, sobre todo, algo que en México se ha vuelto revolucionario: que se investigue y juzgue a un servidor público sin importar su cargo. Pero en San Lázaro, entre curules, palmaditas en la espalda y discursos grandilocuentes sobre “la transformación del país”, no se escuchan las voces desde la calle.
Luisa María Alcalde, secretaria de Gobernación, hizo su aparición con una postura “equilibrada”: pidió investigaciones objetivas, serias y técnicas. Traducido al castellano: me lavo las manos, no me meto, y que el viento de la impunidad sople a donde tenga que soplar.
El caso Cuauhtémoc Blanco es más que una anécdota vergonzosa. Es un espejo nítido de lo que ocurre cuando el poder decide cuidarse a sí mismo, cuando el fuero deja de ser una protección para convertirse en un blindaje ético y penal, y cuando la justicia se somete a la estrategia electoral. Porque sí, no lo olvidemos: en este México de la cuarta transformación, todo —hasta la dignidad— puede esperar, excepto el próximo proceso electoral.