La lluvia ayer volvió a caer y, como siempre, las calles de Tepic se convirtieron en ríos. No importa si vives en el centro, en una colonia popular o en una zona residencial: el agua no distingue, entra a las casas, se lleva lo que encuentra y deja detrás lodo, olor a humedad y una sensación amarga.
La gente ya no se sorprende. Ahora, cada nube oscura en el cielo es una señal para mover muebles, levantar lo que se pueda y prepararse para perder lo demás. Las mismas calles, los mismos charcos, los mismos autos flotando… y las mismas promesas de siempre.
La indignación no es solo por el agua, sino por la certeza de que nada cambia. El discurso oficial habla de avances, pero el ciudadano ve su sala anegada y sabe que mañana volverá a pasar. No es solo frustración: es la resignación de un pueblo que aprendió a vivir con el agua hasta las rodillas y con la esperanza por los suelos.
En Tepic, la lluvia no solo inunda las calles… también ahoga la paciencia de su gente.